Han pasado casi dos años desde que me convertí en madre del amor de mi vida. Muchas veces he querido escribir y contar un poco de esta historia pero hasta ahora mi lápiz fluye tiñendo de tinta estas hojas.
Convertirme en mamá ha sido el más grande proceso de aprendizaje personal que he vivido. Miro hacia atrás y veo a la mujer que era tan sólo tres años atrás, tan diferente.
La maternidad me ha regalado una perspectiva del mundo con más compasión, empatía y humildad.
Recuerdo todas las ideas que tenía de la maternidad. Pasaban por mi mente frases como “cuando yo tenga hijos voy a ser una mamá cool” o “mis hijos van a ser de tal manera”. Ahora me río acordándome de mis propias palabras… Y es que uno de los grandes regalos de este proceso ha sido aceptar todas las cosas que no están en mi control y abrazarlas suavemente en lugar de luchar contra ellas.
Siempre he tenido una mentalidad de que todo es posible. Me dije a mí misma que yo podía hacer realidad lo que me propusiera y creo que esta manera de ver la vida me ha dado la motivación y energía para lograr las experiencias con las que he pintado mi lienzo. He sido capaz de materializar mis ideas creativas, tener mi propio negocio, viajar sola por muchos países donde conocí gente maravillosa y sus culturas. He podido incorporar mi pasión por el mar y el surf en mi estilo de vida. Surfear olas paradisiacas. Vivir en países distintos y crear una familia al otro lado del mundo.
Hace tres años mi vida siempre estaba llena de nuevas aventuras emocionantes, lugares nuevos, fiestas, viajes de un rincón al otro del mundo y olas perfectas. Pero esa falta de rutina y estabilidad -sin que yo lo asimilara- estaba acompañada de dolores de cabeza, fatiga y dudas…
Con tres meses de embarazo volé desde Australia a Bali para renovar mi visa de turista. Alquilé una cabina frente al mar muy cerca de la famosa ola de Keramas. Recuerdo estar en el punto repleto de surfeadores experimentados, remando fuertemente, compitiendo contra ellos para agarrar unas buenas olas. Después de que logré agarrar una buena derecha y empecé a remar de regreso hacia el “lineup” se vino un set gigante y quedé en el “inside”. Un surfeador agarró una ola y cuando dio un giro me rozó en la espalda con una de sus quillas.
Aunque afortunadamente no me pasó nada ni me dolió, a partir de ese momento perdí mi mente. Empecé a pensar en qué pasaría si uno de ellos me golpeaba y por yo estar tratando de agarrar una ola, como las muchas olas perfectas que he agarrado en mi vida, le hacía algo a mi bebé. Por primera vez en mi vida, no se trataba sólo de mí.
Esa tarde, en lugar de regresar a surfear, me fui al spa del hotel Komune que queda frente a la ola. Y aunque nunca antes había gastado dinero en este tipo de cosas, reservé un paquete llamado el “Goddess Package”: un tratamiento con masajes, facial y un baño caliente en una tina repleta de pétalos de rosas. Disfruté de un delicioso té de jazmín rodeada de los hermosos jardines balineses. Después del tratamiento de tres horas, salí sintiéndome más que una diosa y extremadamente feliz. Entendí que eso era lo que yo necesitaba en ese momento: cuidar de mí misma en lugar de tratar de demostrarme que yo podía agarrar olas grandes.
De vuelta en mi casa en Australia seguí surfeando hasta que después de una mañana de surf con seis meses de embarazo, acepté que ya no estaba disfrutando. Mis pezones sensibles me dolían con el agua fría del otoño y me molestaba tener gente cerca, ya que me daba miedo que pudieran golpear mi vientre. En ese momento cambié el surf por largas caminatas en la playa y yoga.
Aunque desde joven he ido a muchas clases de yoga esta vez empecé a practicar unas cinco veces por semana. Antes de esto yo solía decir que me aburrían las clases de yoga tranquilas, pero durante esos últimos meses de embarazo finalmente empecé a amar la respiración, quedarme en una misma posición por varios minutos, escuchar mi cuerpo y no forzar nada. Trataba de imaginarme qué estaba haciendo el bebé dentro de mí, sentía como se calmaba con el ritmo de mi respiración, como se movía y se ponía más activo con mis movimientos.
Durante mi embarazo tuve la suerte de tener la oportunidad de descansar mucho y tomar siestas cada vez que mi cuerpo me lo pedía. Practicando yoga frecuentemente comencé a descubrir que hay días en que mi cuerpo quiere estar más activo, es más flexible; otros que pide descanso, quiere relajarse y estar en savasana por una hora entera.
Tuve un parto natural y rápido. Mi hijo nació en el agua caliente que era lo único que aliviaba mi dolor. Unos segundos después lo sostenía en mis brazos, sin sentir dolor alguno, repleta de la felicidad y el amor más grande que he sentido. Y como me había advertido mi propia mamá: mi vida cambió para siempre.
Dentro de unos meses cumpliré tres años de vivir en Australia. Aunque me siento afortunada de vivir en una lugar hermoso y tranquilo como este, mi alma cada día extraña más estar en mi propia tierra. Extraño el aire húmedo con fragancia a ilang ilang, el sonido de las lapas sobre el almendro de mi patio, las tardes lluviosas con olor a tierra mojada, las risas animadas de la gente.
Convertirme en mamá ha coincidido con este periodo de mi vida lejos de casa. Australia me ha regalado paciencia, una nueva perspectiva del mundo y la sociedad. Viviendo aquí ha crecido mi aprecio por las cosas simples y los ciclos perfectos de naturaleza.
En nuestra cultura moderna estamos acostumbradas a correr, a tener todo y más. Vivimos tan ocupadas pensando que será lo próximo que haremos, el siguiente lugar que visitaremos, hasta el punto en que olvidamos vivir este momento, disfrutar este lugar.
Como mujeres le queremos enseñar al mundo y a nosotras mismas que podemos ser y hacer de todo. Queremos demostrar que somos inteligentes, bonitas, profesionales, buenas, deportistas, divertidas, capaces, fuertes, madres, amigas, amantes… perfectas. Queremos demostrar que somos de todo siempre.
Siento que la mayoría tenemos ese microchip incorporado en nuestra piel. Es tan grande la necesidad de probarle al mundo nuestro valor que nos sentimos culpables si tomamos una pausa.
Las mujeres no sólo somos capaces de ser madres de otros seres humanos maravillosos. Tenemos todo el potencial y energía para darle vida y hacer crecer negocios, proyectos creativos, comunidades y todo tipo de sueños.
Creo que ha llegado la hora en que nosotras como mujeres dejemos de un lado esa necesidad de probar nuestro valor y capacidades. Es tiempo de darnos tiempo para escucharnos a nosotras mismas, nuestro cuerpo y espíritu.
Sacar más ratos para respirar profundo, más siestas en el jardín con nuestros hijos, más conversaciones profundas y menos redes sociales. Menos “stories” y más sonrisas a extraños. Más pausa.
Estamos en una época en la que es imposible hacer planes. Todo lo que planeé para este año ha sido congelado o cancelado. Es el momento perfecto para vivir en el aquí y en el ahora.
Muchas veces escuché que el yoga nos enseña a ser más flexibles, a crear más espacio. Finalmente empiezo a comprender que no se trata de ser contorsionista. Mentalmente debemos ser flexibles para aceptar y moldearnos a lo que la vida nos presenta. Conociéndonos y aceptándonos creamos espacio para la tranquilidad, para recibir nuevas experiencias, aprendizajes y crecer.
Vivir el proceso de cómo un ser humano espectacular comienza con la unión microscópica dentro de nosotras, se nutre y convierte en un bebé perfecto es maravilloso. Me ha llenado de una profunda admiración hacia el cuerpo humano femenino y la perfección de la naturaleza.
Lo más difícil de ser madre para mí fue la muerte de la mujer que fui por muchos años. Cuando me di cuenta que estaba embarazada, a pesar de que estaba extremadamente feliz y de cierta forma ya quería tener un hijo, lloré desconsoladamente sin saber por qué. Ahora miro hacia atrás y creo que algo en mí sabía que “mi yo” hasta ese momento moría. No sólo me he convertido en madre de mi hijo, sino que también he visto nacer a una nueva mujer que ha surgido dentro de mí.
Tal vez los primeros meses también lloré por miedo a lo desconocido, ya que no sabía lo que esta nueva vida me traería. Pero como todo lo nuevo que uno ve nacer desde la tierra que se ha nutrido con amor, se riega y se admira con atención como va creciendo poco a poco, así me he encariñado con mi nueva yo.
Aunque a veces extraño esos días con sesiones de surf por horas seguidas en la selva. Sé que pronto podré volver a vivirlas con un compañero de aventuras que me ha hecho más segura, más humilde, más compasiva y con más amor hacia lo propio y la naturaleza.
Escrito por Michelle Rodríguez.
Fotos con mi hijo por Lucía Santiago. Fotos de mi embarazo por Katie.
Comentarios
Qué refrescante reflexión y refrescantes fotos!
Me encanta la transparencia, la valentía para vernos a nosotras mismas y amar donde estamos y quienes somos aquí y ahora.
Definitivamente es un proceso que hay que surfear y en momentos ojalá, disfrutar del atardecer 🌅
Gracias por abrirte e inspirar!
Para mi la maternidad ha sido el mejor regalo que la vida me pudo haber dado, el pensar por alguien más en esta aparte de un mismo en todo momento y lograr amar a otro ser con cada célula de tu cuerpo hasta el punto que lo amas más que a tu propia vida
Ya tengo 16 años de mi vida siendo mamá y ha sido el mejor regalo que la vida me pudo haber dado
Me has dejado sin palabras.. . me llena el alma ver cómo has podido expresar de manera puntual, lo que como mujer y madre, se puede sentir con los giros que nos da la vida en sus diferentes etapas. Dios te siga llenando de bendiciones. Tu tía.
Siempre fuiste una luchadora. Tus escritos reflejan tu alma alegre y aventurera y estoy muy feliz que disfrutes de la maternidad tanto como yo lo he hecho.
Siempre has sido inspiración pura, no podría estar más agradecida de tenerte (y a samu) como influencia 💙 can’t wait to have them play together, love you!