No me sentía como mi mejor yo cuando me topé con las otras chicas en Playa Hermosa, nuestro punto de encuentro a medio camino de las calles de tierra de Santa Teresa a nuestro destino de filmación en la jungla tropical de las tierras sureñas costarricenses. Para ser honesta, mi lenta recuperación de COVID, y algunos tacos de más durante un mes de viaje de surf en México, me tenía cuestionando si aún me prestara para representar a Profunda, la nueva colección de Dkoko, en un cuerpo que no sentía tan bonito para lucir en bikini.
Aun así, jamás me iba a perder el viaje de sueños que habíamos planeando por meses – o quizás años – desde los primeros días de Dkoko cuando nos escapábamos al sur para los oleajes de entre semana, como las aves marinas persiguiendo su verano; antes de que algunas de nosotras o tuviéramos bebes, o nos convirtiéramos en esposas o surfistas profesionales, o lanzáramos nuestros propios negocios, o saliéramos del país o nos metiéramos en programas de estudio.
Con algunas inseguridades sobre mi cuerpo o no, no me perdería este viaje para nada en el mundo. Además, como surfeminista auto-declarada, la representación de diversos cuerpos femeninos en la industria surfista ha sido una causa significativa para mí. Me convencí a mí misma que este viaje iba a ser mi oportunidad de medir lo que eso significaba, mediante la tela de mi propia piel.
Como muchas de las mujeres en el mundo de hoy, he luchado contra mis inseguridades corporales desde que puedo recordar. Cuando estaba en el colegio y en la universidad, estas inseguridades se manifestaban como una adicción al ejercicio y una auto-vigilancia obsesiva; dietas de moda, contando calorías y horas extras en la rueda de andar para recompensar los atracones de comida de medianoche y todas esas noches de fiesta. Hoy en día, bien metida en mis treinta, viviendo la mayoría de mis días en bikini como surfista ávida y embajadora de marca para Dkoko, mis inseguridades corporales parecen menos como una lucha diaria contra la grasa, sino que se sienten más como una resignación decepcionada que ciertas partes de mí se caen, otras partes sobresalen, y las demás demuestran cada vez más señales de envejecimiento, como un cajón de recuerdos souvenir de todos esos días soleados en el mar.
"Como muchas de las mujeres en el mundo de hoy, he luchado contra mis inseguridades corporales desde que puedo recordar. "
Aun así, a pesar de las maneras en la cuales he reflexionado sobre mi propia sujeción a los estándares de belleza enfermos y sesgados establecidos para la mujer en la cultura popular patriarcal, y perpetuados en el mundo surfista, me duele confesar que son pocos los días que me despierto sintiéndome cien por ciento cómoda en mi propia piel. Y estaría mintiendo si dijera que la emoción que sentía al reunirme con las chicas Dkoko para nuestro anticipado viaje al sur no estaba siendo ensombrecido, aunque sea solo un poquito, por esas inseguridades sobre lo que me creía que fuera mi cuerpo no tan apto para estar en bikini.
Sin embargo, afortunadamente y al final de la cuenta, de eso no se trata esta historia.
Esta es la historia de siete mujeres y cuatro perros, amontonados en un todoterreno por seis horas de camino - las tablas amarradas en el techo, las maletas apiladas atrás, y las cajas de comida sobre los regazos – y eventualmente esparcidas por nuestra eco-mansión fuera de la red, la cual alquilamos por tres días inolvidables de sesiones de surf bajo el amanecer, e historias contadas bajo los rayos del sol.
Llegamos antes del atardecer con una lluvia ligera, y nos acomodamos en la casa. Les echamos cera a las tablas, les pusimos llave a las quillas, y caminamos por la arena gruesa de nuestro paraíso para chequear las olas, quitándonos el limo de las piernas endurecidas por la manejada. Las siete de nosotras variamos en edad, desde apenas 20 hasta acercándonos a 40; una mezcla de nacionalidades locales a Costa Rica y trasplantadas de países e islas cercas y lejanos; algunas frescamente solteras, otras pasando por los dolores de crecimiento de relaciones tanto nuevas como viejas.
Algunas de nosotras ya nos conocíamos como viejas amigas, horas compartidas juntas en el mar, historias de la vida entrelazadas como los zarcillos de las algas juntándose bajo las olas. Y algunas conexiones entre nosotras eran nuevas, suavizadas hacia una amistad fácil dado nuestro amor compartido por el surf y nuestra obsesión desvergonzada sobre todas las colecciones Dkoko. Lo único que discutiéramos se trataba de donde íbamos a surfear – las vibras clásicas longboardeanas preferían las olas lentas-peladoras mas abajo; las chicas ripper en sus tablas de poco volumen se babeaban por las olas de la punta en un oleaje desvaneciendo, marea bajando. Afortunadamente, el escenario de olas en este pedazo de jungla complacía el espectro entero de sueños de surfista, así que la pregunta rápidamente se hizo más sencilla: ¿adónde deberíamos surfear primero?
Con los bikinis recién salidos del horno y escarchados sobre las mesas de picnic en la terraza, nos sumergimos la piel en rosado de lápiz labial, verde espuma de mar y negro texturizado; nos metimos nuestro deseo Dkoko en matices de grises-azul, salmón arenosa y blanco brillante. Encantadísimas con las líneas perfectas y sensaciones suaves de las nuevas telas de nylon regenerado, nos turnamos midiéndonos las nuevas combinaciones de bikinis y bañándonos en la belleza de cumplidos sinceros.
¿Cómo puede ser que algo tan sencillo como un bikini bien fabricado nos puede hacer sentir tan bien? Tan bien, de hecho, que en algún momento entre el bottom de talla alta Nyx en agua salada y el traje de una pieza Deep Roots en agua dulce, debería haber olvidado preocuparme por mi piel desgastada por el sol y ese pequeño movimiento extra en los pliegues de mi trasero.
Éramos siete mujeres, hasta la cintura en Profunda,y no podíamos esperar meternos hasta más profundo, a probar los nuevos diseños Dkoko en el surf cristalino.
Con nuestra videógrafa sirenita detrás del lente, disparando desde la orilla y dentro del mar, nuestros días se pasaron persiguiendo esa luz mañanera con fondo de nubes de color algodón de azúcar, esa brisa offshore friolera y un paisaje soñado de olas para satisfacer todos nuestros corazones surfistas. Nos turnamos navegando el lineup, celebrándonos nuestras olas y las de las otras chicas y compartiendo la alegría de esas derechas perfectas e infinitas.
Montadas en nuestras surf-naves cuidadosamente seleccionadas, nuestros diversos estilos de surf contaban nuestras historias personales como surfistas, moldeadas a través de las olas internacionales, décadas pasadas dibujando líneas liquidas sobre el lienzo azul de la energía desenfrenada y en flujo constante, nuestras "yos" cambiantes yuxtapuestas contra lo salvaje del mar y su va y viene sin fin. Cada día, maravillaba de la belleza de nosotras entre las olas que amamos, uniformadas en nuestros favoritos matices Dkoko, tonos de piel brillando en diversidad, iluminadas por los rayos del sol y el azul de mar.
Siempre he creído firmemente en la verdad que donde las mujeres se reúnen, ocurre la magia. Nuestro viaje de surf en Dkoko no fue ninguna excepción a la regla. Nuestras charlitas de café a media mañana y comidas caseras compartidas alrededor de la mesa del comedor centraban en los matices de nuestras vidas como mujeres surfistas, las alegrías y desafíos de las realidades de nuestras relaciones personales, nuestros intereses profesionales individuales y proyectos de pasión, y las experiencias colectivas de surf que trazan las líneas de conexión entre nosotras. Compartimos olas, playlists de música y pastel de cumpleaños, e incluso caminamos río arriba hasta la cascada cercana para pintarnos la cara con arcilla azul en un día de spa natural, haciendo una pausa para algunas fotografías en el camino.
"Siempre he creído firmemente en la verdad que donde las mujeres se reúnen, ocurre la magia. "
Me deleitaba con la novedad de compartir espacios e historias con mujeres tanto más jóvenes como mayores que yo; nostálgica, tal vez, por la simple inocencia de mis días de juventud, y simultáneamente agradecida por los destellos de sabiduría tanto intuitiva como arraigada a través de los años de picos y oleajes de la vida, reflejados en las líneas de sonrisa que nos recuerdan de los kilómetros que hemos caminado, las olas que hemos surfeado para llegar aquí. Puede que no todas tengamos ese trasero perfecto de chica surfista de las revistas, pero todas llevamos ese espíritu de chica surfista valiente y sin edad, reunidas para celebrar la belleza informe de ser mujeres enamoradas del mar.
Después de unos días en nuestro paraíso de surf sureño, trabajando con mis historias personales de inseguridad sobre mi propia imagen corporal, sostenida entre las enredaderas de esa jungla salvaje y apoyada por los brazos de esas poderosas mujeres surfistas, esta historia se convirtió en una realidad compartida que superaba las décadas de diferencia de edad y se caracterizaba por la amistad entre mujeres más allá de la envidia o la competitividad; un viaje de surf para chicas con tantas olas perfectas como momentos improvisados de conexión, celebración; camaradería, y oh sí, champagne.
Con el conteo de olas en alto, los corazones de jungla llenos y el espíritu de nuestras chicas surfistas internas levantadas, nos despedimos en el último día de nuestro viaje, como siete mujeres abrazando las arenas siempre cambiantes de nosotras mismas, absorbiendo hasta la última gota de esa dulce hermandad de mar.
Historia escrita por Tara Ruttenberg.
Video y fotos por Jade Madoe.
Chicas: Emily Gussoni, Yorgina Ureña, Maya DeGabrielle, Rachel Feeney, Giada Legati and Veronica Wessel.